LA VISITA DE LOS REYES MAGOS AL NIÑO JESÚS Al tiempo de nacer el Salvador, una estrella extraordinaria se apareció en Oriente. Unos príncipes, conocidos co...
Mientras que Jesús, con su presencia en la Eucaristía, tal como vimos en la lección anterior, nos da fuerzas, en la jerarquía de la Iglesia nos da la luz y la verdad, es Jesús Maestro.
Jesús dijo refiriéndose a los apóstoles:
"Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha."
Jesús quiso quedarse en la jerarquía de la Iglesia, por lo tanto, hay allí también una presencia suya.
En la jerarquía de la Iglesia, Cristo se queda con un objetivo completamente distinto del que buscaba al quedarse en la Eucaristía: si en ésta el Señor se convertía en nuestro alimento para darnos fortaleza y consuelo, en la jerarquía, el Señor se convierte en nuestro maestro.
Jesús nos enseña cuál es la verdad y nos impide confundirnos y dejarnos engañar por el mundo, y esto lo hace a través de sus representantes.
Al mostrarnos el camino de la verdad, nos impide recorrer malos caminos de forma ignorante, evitando así hacer el mal a los demás y a nosotros mismos sin ser conscientes de ello.
Por lo tanto, estas enseñanzas son un gran acto de amor de Jesús.
Por ejemplo, el hecho de que alguien nos enseñe que beber un vaso de agua no es lo mismo que un vaso de lavandina pura, es un acto de amor ya que es claro que quiere nuestro bien.
¿Qué ocurriría si, porque nadie nos lo ha enseñado, bebiéramos el vaso de lavandina pensando que es agua?
No seríamos culpables de las consecuencias porque no sabíamos que era malo para nosotros, pero el daño ya está hecho, y nuestro estómago ha sufrido un daño irreparable.
Mientras que en la Eucaristía teníamos que pagar el precio de la "comunión" para recibirla, que era estar en gracia y aceptar los dogmas de la Iglesia, en la jerarquía el precio que debemos pagar es el de la obediencia.
Debemos obedecer las enseñanzas de la Iglesia aunque no las entendamos o aunque no nos gusten del todo.
Y esto es un mérito, ya que obedecer lo que comprendemos o lo que nos es sencillo es algo muy fácil.
El mérito en la obediencia está presente cuando obedecemos sin entender del todo, simplemente porque creemos y nos fiamos de que Cristo está presente en aquellos que nos enseñan en su nombre.
A veces, lamentablemente, algunos obispos o sacerdotes no dan las enseñanzas correctas. Por eso, es al Papa, el Vicario de Cristo y máximo exponente de la jerarquía, a quien, en última instancia, debemos obedecer.
Es crucial que nosotros, como miembros de la Iglesia, comprendamos que la obediencia a las enseñanzas de la jerarquía no solo fortalece nuestra relación personal con Cristo, sino que también contribuye a la unidad del Cuerpo de la Iglesia. Ser obedientes es ser parte de la misión de Cristo en el mundo y asegurar que su mensaje llegue claro y sin alteraciones a todos los fieles.
Al final, al seguir las enseñanzas de la Iglesia, estamos eligiendo el camino de la verdad y el amor, donde encontramos guía y esperanza en un mundo a menudo confuso y divisivo. Recuerde siempre que la obediencia es un camino hacia la santidad y un signo de nuestra confianza en la sabiduría divina que se manifiesta a través de la Iglesia.
Hacer un exámen de conciencia sobre nuestras creencias y nuestros sentimientos hacia las enseñanzas de la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Preguntarse, por ejemplo:
¿En qué me cuesta obedecer a la Iglesia?
¿Cuáles son los puntos de la doctrina que no entiendo?
¿Por qué no puedo hacer ciertas cosas que quiero pero la Iglesia me dice que está mal?
¿Por qué debo cumplir con mis deberes y obedecer a mis mayores?
¿Por qué debo perdonar al que me ha hecho daño?
Comparar lo que siento y opino con lo que me enseña la Iglesia, analizarlo, y aunque no lo entienda o no me guste, cómo sé que es para mi bien, aceptarlo, porque es Jesús mismo el que nos ha enseñado eso.
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