¿DEBEMOS OBEDECER LAS ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA? Mientras que Jesús, con su presencia en la Eucaristía, tal como vimos en la lección anterior, nos da fuerza...
Cuando la Iglesia católica apostólica romana dice que Jesús es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que existía desde siempre porque era Dios, y que comparte la única naturaleza humana con el Padre y con el Espíritu, no es un invento de ella misma, sino que simplemente está enseñando lo mismo que enseñó Jesús.
Esta realidad sobre Dios no la hubiéramos conocido si no nos la hubiera enseñado Él mismo.
Los hombres ya sabían que existía Dios y su pueblo elegido, los judíos, ya sabían que existía un solo Dios.
Pero lo que nadie conocía era que ese Dios en el que creían y conocían era a la vez uno y trino, es decir que era un único Dios y tres personas distintas, iguales en naturaleza y en dignidad.
¿Pero conocer esta enseñanza tiene alguna importancia para nosotros? Pues sí, muchísima.
El hecho de que exista un solo Dios nos habla del gran valor que tiene la unidad.
La unidad es algo que hay que defender siempre y por lo que hay que luchar, dispuestos a pagar el precio de ceder en todo menos en lo que sea absolutamente esencial.
Si sólo existiera un Dios, como creían los judíos, la unidad podría convertirse fácilmente en uniformidad, por eso es muy importante que la unidad quede equilibrada con la diferencia, es decir, con la Trinidad.
El hecho de que existan tres personas distintas nos habla de la importancia de respetar al otro como es, de no querer que el otro sea una prolongación de nosotros mismos, de aceptar que es distinto y de dar gracias porque sea distinto, pues eso nos enriquece.
En el equilibrio entre unidad y respeto a las legítimas diferencias se encuentra la imitación que debemos hacer de Dios.
Dios es uno, no uniforme, pero a la vez es trino y no anárquico ni caótico.
Dios es uno y trino.
Por lo tanto la unidad es el primer valor, pero no a costa de despersonalizar al otro para que deje de ser él mismo.
Empezar por ponerse en el lugar de alguien del propio hogar, sobre todo de aquel que menos entendemos su comportamiento o con el que más conflicto tenemos, sea el padre, la madre, el hermano menor, etcétera.
Luego hacerlo con respecto a las personas que no pertenecen a nuestra familia, como por ejemplo las pertenecientes a la escuela, poniéndose en el lugar del maestro o profesor, del compañero menos popular, para poder así entenderle y hacerle la vida más fácil.
Tal como nos gustaría que hicieran con nosotros
¿Dónde está Jesús? La Ascensión al Cielo
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